Parroquia de Cárdenas
Apuntes sobre la historia de la Parroquia de Cárdenas
(Vienen del libro: Historia de las Parroquias de Cárdenas y Varadero. Padre Angel Abad, C.M.J., 1954
En 1828, cuando se fundaba el pueblo de «San Juan de Dios de Cárdenas,» la población del poblado crecía rápidamente con la constante llegada de forasteros al área.
Aunque se había trazado la localización del templo en esa fecha, no se comienzan las gestiones para su construcción hasta el 1835. La comisión de vecinos que gestiona la construcción se ve encabezada por el Capitán Pedaneo de Lagunillas, D. Angel Jerez. Le siguen a la primera varias gestiones, incluyendo una que pide el traslado de la iglesia de Limonar a Cárdenas, dado el crecimiento del nuevo puerto en contraposición al relativo estancamiento económico de Limonar. Las varias gestiones dan fruto, dándose la aprobación eclesiástica en 1839 y en el 1840, la aprobación de la Corona, a pesar de la hostilidad hacia todo lo religioso por parte de las autoridades civiles «ultraliberales» de la época.
Primero se habilita una capilla en la casa del Señor Alejandro Capote, que existía entonces en el solar que ocupa hoy el hotel «La Dominica», cual visitaba un cura de Limonar, hasta que se trasladó definitivamente dos años después.
En 1843 la Junta de Fomento de la Habana rechaza unos planos presentados para la fabricación del templo permanente, por creerlo pequeño en vista de la grandeza que iba alcanzando Cárdenas. El puerto iba creciendo en lo eclesiástico, civil, marítimo y militar.
Construcción del templo
El alma de aquella empresa, el más entusiasta colaborador fue el Teniente Gobernador Don Javier Quintayros, quien recorrió personalmente todas las fincas, rogando la limosna, el donativo, y el obsequio voluntario para el templo. Suplicaba la esplendidez de los ricos y la humilde peseta del pobre, admitiendo como cooperación el trabajo personal gratis. Las piedras y los cantos los regaló de sus canteras de Varadero, la dama Doña Maria Luisa Souberville Carrillo de Albornoz, nieta del famoso patriarca de la región Don Bernardo Carrillo de Albornoz.
Reunida gran parte de los materiales y del dinero necesario, se procedió a la bendición y colocación de la primera piedra el 6 de Junio, 1844. La relación escrita por el Párroco de entonces, insertada en el libro novena de bautismos de españoles, dice así:
«Se colocó y bendijo la primera piedra para la Yglesia Parroquial que se ha de hacer en este Puerto el día seis de Junio de mil ochocientos cuarenta y cuatro, día que se celebraba la festividad de Corpus Christi; fueron los Padrinos Los Exmos. Señores Capitán General D. Leopoldo O’Donnell Gobernador de esta Isla, y el Intendente D. Claudio Martínez de Pinillos; para representación de dichos Señores asistieron e hicieron sus voces el Coronel D. Javier Quintayros y el Administrador de Reales Rentas D. Tomas Fernández de Cossío; el párroco que hizo la bendición con autorización del Sr. Arzobispo fue el actual Pbro. D. José Matías Navarro: En un hueco que se hizo en la piedra se colocó un canuto con monedas y razón de la Reina Reinante y de Las Autoridades Civiles y Eclesiásticas tanto de la Capital en la Habana, como de este Puerto, todo en la manera que se acostumbra en semejantes casos».
En una relación que de este acontecimiento que envió al Obispado el Padre Navarro y que se conserva en el archivo diocesano de Matanzas, se lée que la piedra portadora de ese preciado y simbólico «canuto» es la piedra angular del cimiento de la iglesia, según se entra por la puerta principal a la mano derecha.
Al día siguiente comenzaron los trabajos con tanto interés que para el 27 de Octubre del año 45, un año largo después de iniciados los trabajos, se colocaba en la torre la campana mayor. Esta campana la regaló la Real Hacienda por medio de su Intendente General, el Conde de Villanueva, y había servido en el Convento de San Francisco de La Habana. Fue fabricada como se lée en su borde en 1765.
La dirección de las obras se confiaron al Ingeniero D. José Carrerá, del cual también eran los planos; la parte de albañilería la dirigió como maestro de obras el mulato José Pineda, que a la sazón cumplía en la cárcel una condena no grave, la cual se le conmutó por la obligación de trabajar gratis en la fábrica, dándosele en cambio la libertad, ciertas gratificaciones semanales y al fin un buen premio y regalo en nombre del Ayuntamiento.
Una parte notable de los trabajos de mano de obra y acarreos también se hicieron de balde o casi de balde por parte de muchos vecinos, que se comprometían a trabajar días o semanas, sin querer percibir más que el alimento o algunas propinas, que alegres y agradecidos recibían de manos del Tesorero y del Presidente de la Comisión pro-Templo. No hay manera de conocer con certeza cuanto se gastó en sí, pero contando solo con pocos miles de pesos para los pagos y para la compra de algunos materiales precisos, se pudo levantar un esbelto y artístico templo que, de haberse construido todo a base de rigurosa compra y pago de jornales al contado, hubiera supuesto unos noventa mil (90,000) pesos. Con este precio o valor estimativo figuró luego en el inventario de los bienes de la parroquia.
Descripción del templo
El templo por lo que respecta a su fachada y torres es de piedra labrada, pero en lo demás es combinación de mampostería y piedra tallada.
Su estilo es grecoromano, siguiendo un orden dórico abundante en lineas y motivos ornamentales en la fachada, pero sobrio y recatado en lo demás del templo. La mayestática fachada con sus seis altas y gruesas columnas adosadas al muro y con sus tres grandes portadas evoca las artísticas fachadas de las famosas basílicas romanas.
Tiene una sola nave, amplia y esbelta, adornando sus paredes unas pilastras del orden jónico y una cornisa del mismo estilo, que corre a ambos lados del templo. Diez ventanas de regulares proporciones y por encima de la cornisa otras diez pequeñas dan luz y ventilación convenientes.
El techo es un artístico, sólido y atrevido artesonado de madera especial; pero hasta 1948 era de una ligera bóveda de media canon. En ese año se completaron unas extensas reconstrucciones del templo que habían comenzado en 1946, su centenario. El antiguo interior se ve claramente en la foto que acompaña.
Durante esos primeros 100 años, además del mayor, dedicado a la Purísima y a San Juan de Dios, hubo dos laterales sencillos con sus respectivas titulares, la Virgen del Rosario y la Virgen de la Caridad.
El ábside que limita el amplio presbiterio es poligonal, rematado con una cúpula metálica, debajo de la cual además de varias ventanas románicas corre un balcón circular que adorna y es muy práctico para los diversos trabajos de limpieza y ornate.
Las medidas internas del templo hasta el arranque del arco toral del presbiterio son 26 metros de largo; y desde el arco hasta la pared absidal 8 metros; total de largo, 34 metros o 40 varas.
De ancho tiene 18 metros o 21 varas; y de alto hasta el techo del artesonado 14 metros o 17 varas; las dos torres de la fachada se elevan a 28 metros o 33 varas, sin contar la altura de los pararrayos.
La construcción está bien cimentada sobre roca, y sus parades en toda su altura tienen por lo menos un metro de grosor.
Tres grandes puertas dobles en la fachada y dos más a ambos lados de la iglesia dan acceso a su interior, y otras dos pequeñas comunican el presbiterio con la sacristía y casa cural.
En una de las dos torres gemelas están colocadas las cuatro campanas; la grande de 27 quintales de peso traída de La Habana, la cual a pesar de sus constantes toques diarios durante sus casi doscientos años de vida, se conserva tan buena, vibrante y majetuosa como cuando por vez primera sonó jubilosa en la iqlesia de San Francisco en 1765. La acompañan dos campanas más de mediano peso, y que salieron de los talleres habaneros en 1827 y 38 respectivamente; por fin la cuarta campana algo más pequeña se rajó a los pocos años habiéndose sustituido por otra en el año 1863. En la otra torre se ve la campana del reloj de muy vibrante sonido, y que en su borde exterior lleva esta leyenda «Donación de los vecinos de Cárdenas, 1847».
El órgano fue regalado por Don Isaac Boid. Respecto al reloj de la torre, que fue colocado el 11 de Abril de 1847, existe confusión sobre si fue obsequio de Don Alejandro Capote o si lo consiguió el incansable Teniente Gobernador Quintayros por suscripción popular y por valor de 800 pesos. No obstante, se sabe por parte del padre Navarro, quien lo apuntó en el libro bautismal antes mencionado, que el reloj comenzó a funcionar el día primero de enero de 1848 (20 meses después de inaugurado el templo).
Añade el Padre que en una tarde tempestuosa del mes de Agosto de 1848 cayó un rayo sobre la torre, causando algunos desperfectos leves en la caja, pero ninguno en su maquinaria. Este grave peligro que podía correr el reloj y la iglesia en general obligó a poner pararrayos en las torres y en la cúpula, sufragando esa reforma tanto el Padre como los fieles de la ciudad.
Fuente: www.delafe.com
Foto: Bendicuba /serbagunamarine