Ultiminio Ramos, gladiador con todo el ritmo cubano
Por Juan Pablo Estrada
El ex campeón mundial pluma platicó sobre su faceta musical, misma que le dio la opción de conocer a grandes cantantes de época.
El Sugar tiene tumbao. Camina con el sabor de la rumba, habla al ritmo de mambo y sacude los brazos como si tocara las congas.
Cincuenta años atrás, justamente a su llegada a México procedente de Cuba, Ultiminio Ramos estrechó su relación con el boxeo y más aún con la música.
El ex campeón mundial pluma cambió de residencia cuando Fidel Castro asumió el poder en la isla. A inicios de la década de 1960 comenzó a edificar su historia como leyenda del pugilismo en la Ciudad de México, lugar donde entabló amistad con famosos cantantes de época.
“Tenía mucha confianza y acercamiento con Javier Solís, siempre estábamos juntos. Con (Dámaso) Pérez Prado también, cuando ellos ya se habían hecho famosos antes que yo”, explora en su memoria SugarRamos, aunque es imposible descubrir ese recuerdo a través de su mirada, porque luce unos grandes lentes oscuros, accesorio que le brinda el toque de distinción a su traje verde olivo y su corbata a rayas en tono vino.
Tampoco podía faltar su voluminoso anillo dorado en la mano izquierda que lo acredita como miembro del Salón de la Fama del Boxeo Mundial.
“A ellos como a mí nos unía ese pensamiento sobre nuestras familias. Sabíamos que queríamos triunfar para regresarles algo. Muy pocos la sabíamos gozar, disfrutar estar entre amigos. La base de cualquier deportista tiene que ser la amistad porque si no llegas a ser nadie en las esquinas no habrá más personas que te conozcan más que tus amigos”, salpica su filosofía de vida el matancero nacido en Cuba el 2 de diciembre de 1941.
Llevar la música por dentro lo mantiene más vivo que nunca a sus 70 años de edad. Es imposible que termine de responder una preguntar porque se pone a cantar.
“Yoo-soy-el baárbarooo… Yoo-soy-el caampé-on… bam-bam tim bam-bam bam bim… Síi te quieeres divertiir y paasar un rato a-gusto, veengan toodos a bailar con Ulti-mi-nio y su grupo- oh -oh… Yoo-soy-el baárbarooo… Yoo-soy-el caampé-on… bam-bam tim bam.
“Yo tuve varios grupos: Ultiminio y su Grupo, Los Sugars. Toda la parte del Sugar Ramos”, emocionado platica de manera entrecortada su incursión en el ambiente musical, donde tocaba el bongó. Le vienen un sin fin de recuerdos a la vez y es complicado que los narre en orden y a detalle.
De su natal Cuba conserva el ritmo caribeño y también el aroma a tabaco, cuando habla se fuga ese esencia a puro quemado.
La tez de ébano se intensifica más en el brillo de la frente que contrasta con un abundante cabello canoso quebrado y lustroso.
“Ya no hay aquella elegancia que se veía también arriba de ring: cuando la gente desde lejos te veía y decía ‘Esss Suuugar Raaamos… ¡Qué bonito!’… Ya no existe eso. Los boxeadores subíamos al ring sin barba ni patillas, subíamos limpios, rasuraditos, todo muy bonito… No cualquiera podía ser boxeador, era pura elegancia, esa misma elegancia para esquivar golpes y saberse parar”, rememora su condición estilista arriba del cuadrilátero.
Esa misma clase, Sugar Ramos la conserva y deja constancia de su porte hasta hoy al caminar por las calles de la colonia Santa María la Ribera, lugar donde se ubica su domicilio actual.
“Mi grandeza fue aquí, en México, por eso la gente me lo sigue reconociendo. Voy por la calle y escucho que dicen: ‘Por ahí viene el Niño de Matanzas… Sugar… Sugar. Ahí viene Ulti… Ulti… Tal cual me siguen saludando”.
En 1963, dos años después de su llegada a la Ciudad de México, Ramos sostuvo uno de los compromisos más importantes de su carrera profesional, además de que a la postre se convirtió en uno de los capítulos más tristes por el fallecimiento de su rival, ocurrido debido a las secuelas del combate.
El 21 de marzo de aquel año se impuso al estadunidense Davey Moore y obtuvo los cetros universales pluma del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) en pelea que se efectuó en el Dodger Stadium en Los Ángeles, California.
“A veces quisiera no haber sido campeón del mundo, pues así sabría cómo se habría comportado conmigo la gente. No todos se me acercarían… Pero soy un hombre feliz”.
Sugar Ramos dice que tiene aún muy presente la imagen de su padre llorando porque él se convirtió en boxeador profesional, veía en su hijo la realización de sus sueños como peleador.
“Sufrí mucho porque tuve que dejar a mi familia, pero le demostré a mi papá lo que tanto quería de mí: que fuera campeón del mundo”.
Ni la muerte de Moore y la separación de su familia le privaron del ritmo y la calidez humana.
“Por eso siempre que los boxeadores jóvenes me piden un consejo les digo que se mantengan unidos a sus familias, lo que nos mantiene vivos es la unión… Entre la amistad y el olor del sudor aprendes a reconocer a tu gente, con el olor del sobaco sabes quién es tu amigo”.
Y de pronto vuele a tararear un sabroso mambo cubano y utiliza la mesa como instrumento de percusión cubano.
Textos y Fotos: Excelsior
Recuerdo a Ultiminio «Sugar» Ramos, a mí no me gustaba, ME ENCANTABA. Soñé con verlo en el cuadrilatero, pero nunca se me hizo. Yo tengo una foto, que el me regaló y una postal que me envió de Japón. Son mi tesoro.